Comprendo las letras que veo pasar a diario,
comprendo las fórmulas que resuelvo a diario,
pero no entiendo la sed que de tus labios brota hacia los míos.
Despertar, después de haber dormido tanto. Mirar entre las sábanas la delgada cortina de luz que se filtra por las pupilas. Oler en el polvo tu perfume y caer en sueño. Despertar porque no hay otra cosa que hacer.
Describirte en líneas y formas, en un lienzo manchado por otras líneas, lleno de sal y sangre. Un día más, otro para ver al vacío de tus ojos y perder toda noción ante tu obscena mirada.
Tú, que no hablas más que para alejar. Tú, distancia y pérdida de todo. Tu cuerpo siembra en mí jardines de anhelos magnéticos, tu ser se funde con la nada, tus labios profieren lo inmaterial de la imposibilidad.
De tu belleza se desprende ese no, ancla del goce estético de un espacio inexistente. De tus labios sale la imposibilidad, ese placer oculto entre esencias de todo color. Tú, que no existes más, en un lugar hoy distinto del pasado.
¿Qué eres? Eres la palabra que no dejo de repetir, aquella que no se ha nombrado nunca.
Despertar para oler ese perfume que se desvanece en el remanso de la inconsciencia, de una ausencia siempre presente, de la inteligencia desvanecida en el profundo matiz del cristal que te rodea.
Y marcar sobre la tierra que muere estos círculos magnéticos que desaparecen cada noche, cuando las olas de la mar se agitan y rompen contra estas piedras, estas piedras que caminan por la orilla de tu vista y matan el alma, el alma ya muerta.